Pink Flamingos (1972, John Waters)


Un poco en chiste y otro poco en serio, Pink Flamingos (1972) de John Waters siempre se encuentra mencionada en listas de “películas que hay que ver”, o “no serás el mismo cuando la película termine”, y, para qué vamos a mentir, es cierto.

La trama de la película básicamente enfrenta a Divine, también mencionada como Babs Johnson como un pseudónimo, contra Connie y Raymond Marble, un matrimonio un poco irregular que busca ganarle el puesto como “la persona más inmunda viva” (The Filthiest Person Alive), y, durante todo el proceso del largometraje, los veremos cometer los actos más increíbles, inmorales y graciosos que se puedan hacer en una película.

Divine vive con su familia, digamos que un poco excéntrica, en un remolque en Baltimore, pero en algún lugar que está alejado de la ciudad, a las afueras de la misma. Su familia se compone de la madre “Edie”, interpretada por Edith Massey, actriz que acompañaría al director en muchas otras películas, la cual tiene una obsesión con la consumición de huevos de gallina y vive dentro de una cuna; el hijo “Crackers”, un delincuente por decir algo; y “Cotton”, la novia de Crackers, tal vez el personaje más normal en una película que no lo es.

Resulta interesante que, a pesar de los 52 años que ya tiene la película, todavía siga siendo difícil de ver y digerir. Incluso con espectadores, casuales o no, ya acostumbrados a ver y consumir cierto grado de realismo y grotesco en ficciones, noticieros o redes sociales; que Pink Flamingos siga impactando por su controversia y construcción, lo que la convierte en una pieza invaluable. No hay que olvidar que, si bien hoy tenemos cierta comprensión sobre la comunidad LGBTQ+ y se encuentra más aceptada por la sociedad, en aquellos años era algo denostado por una gran parte de la población, así como la marginalidad y personas que vivían en las afueras de una ciudad; el costado “oscuro”. Waters usó todo eso a su favor, burlándose un poco de la gente discriminadora y, con un poco de drogas en su sistema inmunológico, construyó una metodología para reírse con sus personajes, y a su vez dejar en evidencia a las personas que creen que la realidad es como en sus películas. Hoy, posiblemente, haya que agradecerle gran parte de la representatividad que logró con sus obras.

Cabe mencionar que, si bien el final es recordado por su rareza, excentricidad y asquerosidad, el resto de la película no se queda atrás: yendo desde escenas como la inyección de semen para embarazar a mujeres secuestradas y vender los hijos a lesbianas, hasta el movimiento anal en primer plano de un hombre al ritmo de la banda sonora de la película (que luego tuvo que ser modificada por derechos de autor que infringió el director en la realización del film).

Pink Flamingos, desde su concepción, fue ofrecida por el director como parte de un cine transgresor, donde lo importante era el shock value y la deformidad narrativa visual y textual, y no tanto las técnicas clásicas del séptimo arte, alejándose de lo ya conocido y recorrer un lugar, hasta entonces, no descubierto. John Waters, y lo demostró con el tiempo, entendió muy bien delgada la línea entre la ficción y la realidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *